Verónica Volkow

Escribir es atravesar la noche, vivirla, al igual que la llama temblando con el gran frío.

Quiero pedirle hoy a mis manos que se desprendan, a mis ojos un mundo sin amarras.

Quiero soportar hoy la noche, sujetarme al misterio. Renuncio a intentar abarcar el mundo en mi horizonte.

Quisiera poder abrazarme en mi totalidad, aceptarme .Hay una gran sabiduría, una curación en lo trágico. Hay que recibir lo que es sin poner resistencias, no rehusarse.

Me reapropio de tu vida escribiéndola, resurjo de tu muerte.

El lenguaje vive, aunque los muertos sigan muertos, éstos adquieren su aliento cuando los nombramos y escribimos.

Nada es más recordable que las palabras, como hitos exactos las aprendimos, definitivas referencias unánimes.

Somos en nuestra mayor parte olvido, y vivimos luchando contra éste, aspirando a ser lo que no somos: permanencia.

A los muertos también los habitamos con nuestra alma, o quizá los muertos nos habitan. Los muertos son casi nuestra alma. Están tan vivos dentro, son mucho más que un recuerdo, son presencias, intactos siguen hablando y preguntándonos. Quizás ellos se siguen dentro escribiendo y pensando, por medio de nosotros.

Estar vivo es habitar en las palabras —nos infunden animación, intención, aliento, las palabras—. Nos permiten el mundo, las palabras