Cuando se habla de los amores de Diego Rivera, siempre aparece el nombre de Frida Kahlo. Y es natural que así sea. Fueron una de las parejas más famosas -y tortuosas- de la historia del arte.
Pero la vida de Diego tiene otros capítulos amorosos. Menos conocidos y no por eso menos mortificantes para sus mujeres. A principios del siglo XX, Rivera se trasladó a Francia. En esos desolados años luego de la Primera Guerra Mundial, conoció a la pintora y grabadora rusa Angelina Beloff.
Con Quiela, así la llamó durante su romance, tuvieron un hijo, al que llamaron también Diego, que murió por una epidemia de gripe poco después de cumplir un año. En 1918, Diego la abandonó. Se fue de Francia sin ella. Viajó a México con la promesa de enviarle dinero para comprar un pasaje. Pero nunca lo hizo. O no le enviaba suficiente.
Quiela es uno de esos personajes a los que la historia del arte borró. Elena Poniatovska rescató su figura en el precioso libro epistolar “Querido Diego, te abraza, Quiela”. La escritora imaginó esta carta que vas a escuchar a continuación. Pero no lo hizo desde la pura fantasía sino a partir de una intensa investigación de la biografía de Quiela. Aquí van los dolores de una mujer quebrada por el abandono de Diego. Lee la poeta y locutora Cecilia Fernández.
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22 de julio de 1922
Parece haber transcurrido una eternidad desde que te escribí y sé de ti Diego. No había querido escribirte porque me resulta difícil callar ciertas cosas que albergo en mi corazón y de las cuales ahora sé a ciencia cierta que es inútil hablar. Tomo la pluma sólo porque juzgaría descortés no darte las gracias por el dinero que me has enviado. No lo hice por las tres últimas remesas de febrero 6, marzo 10 y principios de junio por 260, 297 y 300 francos respectivamente, y han pasado más de cuatro meses. Te mandé, eso sí, los nuevos grabados aparecidos en Floreal, pero ni una línea tuya al respecto. Tampoco una sola línea en las remesas de dinero. Si te dijera que hubiera preferido una línea al dinero, estaría mintiendo sólo en parte; preferiría tu amor es cierto, pero gracias al dinero he podido sobrevivir, mi situación económica es terriblemente precaria y he pensado en dejar la pintura, rendirme, conseguir un trabajo de institutriz, dactilógrafa o cualquier otra cosa durante ocho horas diarias, un abrutissement general con ida al cine o al teatro los sábados y paseo en Saint Cloud o Robinson los domingos. Pero no quiero eso. Estoy dispuesta a seguir en las mismas, con tal de poder dedicarme a la pintura y aceptar las consecuencias: la pobreza, las aflicciones y tus pesos mexicanos.
Ahora sé por Élie Faure de tu amor mexicano, pero mis sentimientos por ti no han cambiado ni me he buscado ni deseo yo un nuevo amor. Siento que tu amor mexicano puede ser pasajero porque tengo pruebas de que así suelen serlo. Sé que a Marievna tampoco le escribes; sólo remesas de dinero, pero ya no a través mío, para no herirme, sino de Adam Fisher. Ya ves que estoy bien enterada, no porque intente averiguarlo sino por tus amigos y los míos me lo dicen de golpe y porrazo sin duda alguna porque creen hacerme un bien al sacarme del sueño en el que vivo. Élie Faure fue claro: Angelina, usted siempre ha sido una mujer de un gran equilibrio y de buen sentido, tiene usted que rehacer su vida. Con Diego todo ha terminado y usted es demasiado valiosa. Ya no recuerdo lo que siguió diciendo porque no quise escucharlo, ni lo creí siquiera.
Cuando te fuiste Diego, todavía tenía ilusiones. Me pareció que a pesar de todo seguían firmes esos profundos vínculos que no deben romperse definitivamente, que todavía ambos podríamos sernos útiles el uno al otro. Lo que duele es pensar que ya no me necesitas para nada, tú que solías gritar: ¡Quiela! Como un hombre que se ahoga y pide que le echen al agua un salvavidas.
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