Oriana Fallaci fue escritora y periodista. Considerada como la primera mujer italiana corresponsal de guerra. Una cronista brillante, con un carácter duro, quizás marcado por su infancia en la Italia de Mussolini. Su padre era albañil y partisano antifascista. El 21 de agosto de 1973, Fallaci conoció a Alekos Panagoulis el día que salió de la cárcel. El fue uno de los líderes de la oposición griega a la Dictadura de los Coroneles. Fue perseguido, torturado y luego apresado. Lo que comenzó como una charla entre un político y una periodista terminó en un romance hasta el día de la muerte del griego. Esta carta fue escrita en los primeros momentos de ese amor intenso y tormentoso. Un amor a primera vista, que la inspiró para escribir ese maravilloso libro llamado “Un hombre”. Lee la actriz Julieta Vallina.
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Alekos querido,
Te había escrito una larga carta. Pero la tiré. No me sentía, y todavía no me siento autorizada a decirte ciertas cosas. Te lo diré en voz alta, creo, cuando vuelva a verte. A veces es mucho más fácil usar palabras que, por escrito, dan miedo. Aunque sean palabras hermosas. O tal vez precisamente porque son palabras demasiado hermosas.
Hoy solo quiero agradecerte. Agradecerte por existir, por haber vivido, por haberme regalado veinticuatro horas nobles y una hora feliz. Veinticuatro horas no son muchas, normalmente, para comprender a una criatura. Una hora no es mucho, normalmente, para sentir felicidad. Pero cuando, como tú, se ha aprendido a medir el tiempo sin tiempo, veinticuatro horas pueden ser suficientes para comprender y una hora puede ser suficiente para darnos la mano sin sospechas de burla. Te agradezco también haberme permitido invadir tu privacidad con consejos no solicitados. Te ruego pensarlos y te repito: has visto tanta fealdad en estos cinco años, tanta oscuridad. Ahora debes regalarte a ti mismo un poco de belleza y un poco de luz. Es un deber hacia ti mismo como ser humano, y es un deber hacia tu equilibrio nervioso, tu espléndida inteligencia. También el equilibrio más fuerte, la inteligencia más espléndida, necesitan luz, espacio, amor. Si no, se marchitan como un árbol sin agua. Espero que me permitas darte esa agua. Aunque no siempre será fácil. Soy una persona que trabaja y tiene una vida muy dura, muy difícil. No siempre puedo hacer lo que quiero, ir donde quiero. Siempre hay un viento que me arrastra del lugar donde me gusta estar, como ciertos pájaros obligados a emigrar constantemente. Pero, si me lo permites, si te gusta, prometo desviar el viento en tu dirección. Y es una promesa seria. Soy una persona seria. Tal vez hasta demasiado seria. Y, puesto que soy seria, no digo mentiras. No dije una mentira ayer, cuando tuve que irme. No había lugares en el avión para el día siguiente. Y no podía permitirme perder un día. Mañana mi trabajo debe estar terminado y, también hacia ti, mi primer deber es usar mi profesión y mis capacidades para contar a los demás quién eres. Debes comprender. Sé que, en el fondo de tu mente, comprendes. Por otro lado, fue mejor así. Es mucho mejor y más correcto que vuelvas. De todos modos, volveré pronto.
Ocho o diez días pasan rápido. E incluso si fueran doce días… Te ruego: espera. Quien ha esperado la libertad por años puede esperar también a una persona por unos días. Si veinticuatro horas pueden ser tan largas como veinticuatro días, diez días pueden ser breves como doce horas. Para mí es así. Y espero que sea así también para ti. Es todo, por hoy. Por otro lado, no sé si entenderás esta carta en italiano. Eso es terrible. Sí, realmente terrible no poder hablarle solo a una criatura a la que se tiene todo para decirle. ¿Aprenderás realmente el italiano para hablarme y escucharme sin la presencia de otros? No lo creo, pero lo espero. Porque no tengo tiempo para aprender griego y debo contar contigo.
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