Epistolar existe por el amor a la palabra escrita, a las cartas y,
principalmente, a los libros. Pero si alguien me hace una pregunta
sencilla sobre la práctica de la lectura. Por ejemplo, ¿por qué te
gusta leer? Me quedo indefenso. Contesto cosas atolondradas, no sé explicarlo. O lo explico mal. Borges decía que el verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soportan el modo imperativo. “La lectura debe ser una de las formas de felicidad y no se puede obligar a nadie a ser feliz”, decía Borges, que sabía por viejo pero, principalmente, por sabio. La ensayista, historiadora y militante feminista Rebecca Solnit bucea en este tema en su precioso libro “La velocidad del ser: Cartas a un joven lector”. Se pregunta por qué leemos, cómo los libros nos transforman y, acá va una fácil de hacer pero difícil de responder, para qué sirve un libro. Esta es una carta dirigida a niños lectores, pero también a la niña que ella fue. Una carta de amor al libro. Uno de esos amores eternos, que nunca nos defraudan. Lee la actriz y poeta Carmen de la Osa.
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Queridos lectores,
Casi todos los libros tienen la misma arquitectura -tapa, lomo,
páginas-, pero al abrirlos le abren a ustedes mundos y regalos mucho más allá de lo que son el papel y la tinta. En su interior son de todas las formas y están ahí todo el poder. Algunos libros son herramientas que coges para arreglar cosas, desde las más prácticas a las más misteriosas, desde tu casa a tu corazón. O para hacer cosas, desde pasteles a barcos. Algunos libros son alas. Algunos son caballos que corren con ustedes montados. Algunos son fiestas a las que te invitan, llenas de amigos que están allí incluso cuando tú no tienes amigos. En algunos libros conoces a una persona extraordinaria; en otros, a todo un grupo o incluso a una cultura. Algunos libros son medicinas, amargas pero clarificadoras. Algunos libros son rompecabezas, laberintos, marañas, junglas. Algunos libros largos son viajes y al final no serás la misma persona que al principio. Algunos son luces con los que puedes iluminar casi cualquier cosa. Los libros de mi infancia eran ladrillos, no para tirar, sino para construir. Apilé los libros a mi alrededor como protección y me retiré dentro de sus almenas, construyendo una torre en la que
escapé de mis infelices circunstancias. Allí viví muchos años, enamorado de los libros, refugiándome en ellos, aprendiendo de los libros una extraña versión desfasada y rica en datos de lo que significa ser humano. Los libros me dieron refugio. O, mejor dicho, construí refugio con ellos, con esos libros que eran a la vez ladrillos y hechizos mágicos, hechizos protectores que tejía a mi alrededor. Pueden ser puertas, barcos y fortalezas para cualquiera que los ame. Y crecí para escribir libros, como esperaba. Así que sé que cada
uno de ellos es un regalo que un escritor hizo a desconocidos, un
regalo que he dado unas cuantas veces y he recibido otras tantas,
todos los días desde que tenía seis años.
Rebecca Solnit
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