Se calcula que hay alrededor de 100 mil desaparecidos en Colombia durante más de medio siglo de conflicto armado. Un conflicto que está muy lejos de terminar y que sólo fue interrumpido por breves momentos de paz.
La carta de este episodio está dirigida a uno de esos desaparecidos y fue escrita por la antropóloga forense Helka Quevedo. Como no sabe el nombre del destinatario, le puso uno: Número 36. El texto fue uno de los tantos que empapeló las calles de Bogotá en el marco del proyecto “Ausencias Presentes”.
¿Por qué escribes cartas a los muertos? -le preguntaron a Quevedo. “Por una necesidad física y emocional”, contestó la antropóloga. Con las palabras de esta carta, ella trae la historia de una persona. Le pone nombre. Le quita su carácter de número. Lo piensa. Lo escribe. Y así, aunque sea por un momento, sigue existiendo. No muere ni es un frío cadáver. Se transforma en un recuerdo evocado. Algo de vida. El triunfo de la memoria en un país en el que la dimensión del terror no es mensurable. Lee la actriz Omayra Martínez Garzón.
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Querido 36:
Quisiera saber tu nombre. He buscado a tu familia pero no la encuentro, he sembrado un árbol en tu memoria, he escrito una carta de tu muerte, he vuelto a buscar tu cuerpo tres veces en el cementerio donde hace quince años te dejé, luego de haberte sacado del patio de una casa en Puerto Torres.
A ti te retienen, te maltratan, te torturan, te quitan la vida, destruyen tu cuerpo, te ocultan, te desaparecen. Luego, te encuentro, te observo, te estudio, te dejo en otra morada; bueno, sí, en
otro hueco, bajo tierra, esta vez en un cementerio oficial.
Y años después vuelvo a buscarte, pero han pasado muchas cosas que seguirán apartándome de ti; en este tiempo, cerca de donde está tu cuerpo, han enterrado los cuerpos de muchos niños, todos con nombre. Es como si ahora estuvieras en medio de un jardín infantil.
Según me dicen los del cementerio, en el lugar en donde posiblemente estás no hay más
cuerpos sin nombre. Intentamos buscarte y no apareces, por ninguna parte. Esta vez, ya no tengo el rol de antropóloga forense de la Fiscalía, por lo que no debo ni puedo entrar a la escena. Tampoco tengo una pala ni un palustre para hurgar la tierra y buscar esa bolsa negra de plástico con un rótulo que te identifica con tu nuevo nombre: Número 36; ya no puedo, con mis manos, rescatarte del olvido.
Estoy un poco cansada, pero pronto te seguiré contando en qué va esta búsqueda, pues imagino constantemente cómo eras, qué hacías, cómo será tu familia y qué hacías ese último día
antes de que esos hombres armados te llevaran por esos caminos entre Belén y Puerto Torres.