“Dicen que he derramado sangre inocente... pero, ¿para qué sirve la sangre si no es para derramarse?’’.
Candyman
Era un automóvil sin distintivos, un Nissan Sentra de color negro con algunas décadas encima, justo en medio del parking del centro comercial más grande de Columbia Washington. Alrededor se podían percibir decenas de policías acordonando el área con cintas amarillas. Desde la distancia se podría pensar que se trataba de otro homicidio más, pero el asombro en los rostros de algunos detectives cerca indicaba que tenía que ver con algo más siniestro que un simple asesinato.