Esta carta, como muchas de Epistolar, tiene una pequeña historia. Una historia protagonizada por dos de los nombres más grandes que dio el tango argentino: Carlos Gardel y Astor Piazzolla. Cuando Astor era un niño de 11 años, vivía en Nueva York con su familia. Tenía un bandoneón que su padre le había comprado en una casa de empeños por 18 dólares.
En aquel tiempo, mediados de la década del 30, Gardel ya era una estrella internacional. Llegó a Estados Unidos para grabar la película “El día que me quieras”. Y Astor hizo una pequeña participación como vendedor de diarios.
Cuando Gardel escuchó a Piazzolla tocar el bandoneón, quedó maravillado. Tan fascinado quedó que quiso llevarlo con él a su gira por América. Pero su familia dijo que era demasiado chico y no lo dejó partir. Alguien dijo que somos juguetes del destino y tenía toda la razón. Piazzolla no se embarcó en esa gira, en la que murió Gardel en un accidente aéreo en Colombia.
Muchos años después, en 1978, Piazzolla le escribió esta carta imaginaria. Una misiva que no deja de ser una declaración de amor. Una reverencia. Y una licencia para permitirse bromear con la muerte. Lee el músico y nieto del bandoneonista, Pipi Piazzolla.
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Buenos Aires, año 1978.
Querido Charlie:
Quizá llamándote Charlie te acordarás del pibe de 13 años que vivía en Nueva York, que era argentino y tocaba el bandoneón. El que trabajó de canillita en “El día que me quieras”. Te puse Charlie cuando me preguntaste, en tu casa, cómo se decía Carlitos en inglés.
¿Te acordás cuando te llevé un muñeco de madera que había tallado mi viejo? Esa mañana me dedicaste dos fotos. Una para Vicente Piazzolla y la otra para el “simpático pibe y futuro gran bandoneonista”. De 1934 a hoy, 1978, pasaron 44 años y realmente no te fallé.
¿Te acordás cuando me llevabas a tus filmaciones en los Estudios Paramount, de Long Island, en febrero de 1934? Fue la peor nevada del año, dos metros de alto y 10° bajo cero. Y yo era tu traductor de piropos a las pibas que te querían conocer.
Por las tardes solía acompañarte a que te compraras ropa en las grandes tiendas de Nueva York. Compraste tus dichosas camisas con rayas verticales y horizontales. Docenas de ellas, zapatos de charol, borsalinos, como si te sobrara la guita.
Jamás olvidaré la noche que ofreciste un asado al terminar la filmación de “El día que me quieras”. Fue en honor de los argentinos y uruguayos que vivían en Nueva York. Recuerdo que Alberto Castellano debía tocar el piano y yo el bandoneón, por supuesto para acompañarte a vos cantando. Tuve la loca suerte de que el piano era tan malo que tuve que tocar yo solo y vos cantaste los temas del filme. ¡Qué noche Charlie! Allí fue mi bautismo con el tango. ¡Primer tango de mi vida y acompañando a Gardel!
Al poco tiempo te fuiste con Le Pera y tus guitarristas a Hollywood. ¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a Uds. con mi bandoneón? Era la primavera del ’35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa.
Comienza una nueva época en mi vida. Volvemos a Mar del Plata en el ’36. Me agarra el flechazo de la música y estudio locamente el fuelle. Mi bandoneón y yo nos vamos a Buenos Aires y debuto con Aníbal Troilo. ¿Sabes quién era Troilo? El era vos tocando el bandoneón. Es como decir: tu continuador.
¿Sabés una cosa? A mí tampoco me gusta el avión, menos esa catramina que tomaste vos. Pero..., después de tu ausencia, comienzan a aparecer los nuevos personajes de Buenos Aires. Charlie... le arruinaste la vida a los cantores, esos que solían decir “menos mal que se fue Gardel y hay más laburo para nosotros” , y otros contestaban: “guarda muchachos, que quedan los discos”.
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