"Lady Tyger no hizo historia, si nos atenemos a la cantidad de títulos que ganó (solo uno, el de campeona mundial de peso ligero), pero fue una de esas «heroínas cotidianas» que peleó, hasta sus últimas consecuencias –huelga de hambre incluida–, por lo que quería: una licencia para boxear en Nueva York. Fue la primera en lograrlo."—ABC cultura
"Este perfil de perdedora, de digna perdedora, está escrito con muy buen oficio, y contiene, también, una carga de profundidad política."—Culturamas
El pugilato precisa de algo más que un buen uppercut, necesita algo que brille. Un nombre sugerente, por ejemplo. Por su cabeza rapada algunos la llaman Black Kojac, pero como no tiene padrinos, Marian no va a aceptar que nadie elija su nombre. Tampoco quiere, como hicieron otras antes y también después que ella, un mote que se refiera a su padre. No quiere ser sobre el ring La hija del Minero, ni La hija del Predicador. Ella anhela un bautizo de hombre: Harry Greb "Molino de Viento Humano", Gene "Perro Rabioso" Hatcher, Jack Dempsey "El Matón de Manassa".
"Sus sueños son mis sueños", dice mirando a los compañeros que esa noche también pelean en el Audubon y con esa meta en mente elige nombre de lucha: «Lady Tyger». Lo escribe con y, no con i, porque suena, dice, más femenino. Pero con y, y no con i, nombró también William Blake al tigre —¿o sería tigresa?— de su célebre poema. Como el animal de aquellos versos, «luz llameante en los bosques de la noche», Marian Trimiar vestirá desde ese día una bata animal print marrón y negra; posará ofreciendo a las cámaras sus ojos colosales; colocará los puños bajo la barbilla, mostrando a veces —y otras ocultándolo— el hueco que dejó el diente perdido, y ladeará la cabeza ligeramente a la derecha para resaltar el resplandor de su calva.