No descubro nada si digo que Elis Regina fue una de las voces más notables que tuvo la música brasileña. Pero además de todo eso fue una mujer que vivió con gran pasión y determinación.
Esta carta fue escrita en 1971 y está dirigida a su hijo Joao, que en ese entonces tenía un año. Elis guardó el papel en una caja fuerte para que no la leyera hasta cumplir los 18.
La cantante murió de una sobredosis en 1982 sin saber lo que sintió su hijo al recibir esta preciosa declaración de amor. Lee la cantante María Creuza.
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Río, 14 de junio de 1971
João:
Quería decirte que te amo, que te necesito. Te quiero más que todo lo que he querido. Quería decirte que no sé cómo encontraba gracia en las cosas antes de que nacieras porque siento una falta increíble de vos. Cuando no estás cerca, las cosas pierden el sentido y la razón.
Me diste un tortazo de aquellos, me arreglaste, me manejaste, me devolviste la risa y creaste una fuente de inversión en mis áreas menos desarrolladas. Negocio maravilloso tu mano en mi pelo. La única mano que no me da miedo.
Cosa hermosa son tus ojos que me miran serio. Tomándome en serio, me descubrí hasta a mí misma. Es increíble tu boca sonriendo y hablando pocas cosas, pero las suficientes para entendernos y saber que estamos en buenas manos. ¡Cuánto te debo!
Llegaste y arrasaste con todos. Acabaste con el baile. Si no estoy a tu altura, si soy menos de lo que crees que merecía, no imagines más de lo
que soy. Tengo tantos problemas como vos. No me culpes. Antes, trata de comprenderme. Soy el resultado de lo que la vida ha hecho conmigo, inconsciente e inconsecuentemente.
Pero sé que eres el único ser con el que no fui inconsciente ni inconsecuente. Pensé, medí todo, a pesar de que no soy perfecta. Bueno que me gustaría haber sido, pero nunca se lo consigue, incluso tratando el máximo. Lo bueno es que tienes toda una vida para arreglar los errores cometidos en este poco tiempo y, en lo que dependa de mí, juego de cabeza por no estar en falta.
Sólo quiero que hables de frente, sin camuflaje, mirando a los ojos. Da por seguro que nunca te voy a mentir. Ni siquiera una mentira piadosa. Lo que tenga que ser, va a ser. No importa si es hierro o brasa. Porque lo más hermoso es la confianza en los compañeros de pelea. Fuera de ella, no hay salvación.
Es lo mínimo que puedo hacer de verdad por vos, que me diste una nueva concepción de vida. Sólo me falta decir muchas gracias por ser todo lo que eres, por haber nacido y por haberme dado esta felicidad de dividir tan íntimamente mi cuerpo.
Seamos felices, es lo que quiero.
Y es lo que ha de ser, hijo mío. Soy tuya siempre.
Mamá