Afirmo —escribe el autor— que las razones que los teístas dan para justificar sus creencias no tienen la suficiente fuerza probatoria y sostengo que las críticas que tradicionalmente se han vertido contra los ateos son falsas. Estas dos ideas me han animado a salir en defensa de un planteamiento intelectual legítimo y perfectamente aceptable, aunque en muchas sociedades donde la creencia en Dios es dominante el ateísmo sea visto como algo extravagante, dañino o incluso antipatriótico. A los ateos se nos ha acusado de socavar la moral, de vivir entregados a nuestras pasiones más inconfesables, de ser soberbios, insensatos y necios, de no tener corazón, de destruir a la sociedad, de ser unos miserables y de muchas otras cosas que no vale la pena repetir aquí. Pretendo mostrar que todas estas acusaciones son erróneas y, además, proponer un ateísmo racionalista como alternativa al teísmo dominante.