Una carta a la mañana. Otra a la noche. Ésa fue, durante más de 50 años, la rutina epistolar del escritor Víctor Hugo y de su amante, la actriz Juliette Drouet. Esta carta es una declaración de amor, pero también un ruego. Juliette quiere saber si está hecha para el oficio de la actuación. Tiene dudas que la atormentan. La crítica fue feroz con ella después de su actuación en la pieza “Marie Tudor”. Fue tan cruel que decidieron reemplazarla después de la primera función. Lee la actriz Paloma Contreras.
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Noviembre de 1834
Mi querido, amado, he aquí esta carta, muy corta por la forma y muy larga de fondo, pues contiene todos mis sentimientos, todo mi corazón. Te quiero, te quiero, te quiero, te quiero, y eso es todo. No es muy cansado para el espíritu y es muy dulce para el corazón – te quiero.
Mi adorado, me has hecho muy feliz, a veces doblemente feliz, pues compartías mi felicidad. No obstante, tengo un sentimiento de tristeza y de inquietud que no me deja casi nunca, que quisiera ocultártelo siempre, pero esta noche desborda mi pecho, es necesario que te lo muestre.
Tengo miedo de ser para siempre una pobre chica. Tengo miedo de que esta inacción en la que vivo desde hace un año, acabe en mi ruina ya iniciada por el fracaso de Marie Tudor. Tengo miedo de que tu aparente tranquilidad en lo que concierne a mi carrera dramática no sea considerada como la más formal confesión de que no puedo aspirar a un futuro en mi oficio.
Tu posición y la mía vuelven estos temores en verdaderos tormentos que me obsesionan noche y día, que cambian la naturaleza de mi carácter, que destruyen mi coraje y me quitan toda confianza en la duración de nuestra felicidad. Quisiera estar segura de que mis temores son solamente meros temores, y entonces retomaría mi alegría y mi resignación con las dos manos. Pero... ¿quién va decirme la verdad sobre el tema? ¿Tu te atreverás? Te ruego de rodillas. Dime la verdad, nada más que la verdad cualquiera que sea, que sepa al menos dónde estoy en lo que toca mi futuro, que sepa de manera segura lo que piensas de mí. Te pido tu opinión en toda consciencia, te la pido con las manos juntas. Prefiero la certidumbre de mi ruina que la duda. Así pues, no te andes con contemplaciones.
He aquí una carta muy corta por la forma, decía al empezar, porque mi intención era terminarla en te quiero. Pero fui arrastrada por la necesidad de abrirte mi corazón, por dejar escaparse mi aflicción y el desaliento que me devoran desde hace tiempo. Perdona mi flaqueza. Hubiera debido esperar a que ya no estés tan ocupado, pero no lo pude. Perdóname por el amor que tengo por tí.
El temor es también parte del amor más apasionado y más delicado. Es cierto.
Juliette