Pablo Neruda tuvo un gran amor en su juventud: Albertina Rosa. Se conocieron a inicios de la década del 20 cuando ambos estudiaban francés en el Instituto Pedagógico de Chile. Ese vínculo -un amor más o menos correspondido, dicen los biógrafos- está atestiguado en una selección de poemas y cartas. Esta misiva es un botón de muestra de lo que luego sería su poemario amoroso. Una carta llena de pasión, de reproches, de súplica y de la incertidumbre de los enamorados. Lee el cantante y creador del grupo Los Amados, Alejandro Viola.
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Pequeña, ayer debes haber recibido un periódico, y en él un poema de la ausente (tú eres la ausente). ¿Te gustó, pequeña? ¿Te convences de que te recuerdo? En cambio tú. En diez días, una carta. Yo, tendido en el pasto húmedo, en las tardes, pienso en tu boina gris, en tus ojos que amo, en ti. Salgo a las cinco, a vagar por las calles solas, por los campos vecinos. Sólo un amigo me acompaña, a veces.
He peleado con las numerosas novias que antes tenía, así es que estoy solo como nunca, y estaría como nunca feliz, si tu estuvieras conmigo. El 8 planté en el patio de mi casa un árbol, un aromo. Además traje de las quintas, pensando en ti, un narciso blanco, magnífico.
Aquí, en las noches, se desata un viento terrible. Vivo solo, en los altos, y a veces me levanto, a cerrar la ventana, a hacer callar a los perros. A esa hora estarás dormida (como en el tren) y abro una ventana para que el viento te traiga hasta aquí, sin despertarte, como yo te traía.
Además elevaré mañana, en tu honor, un volantín de cuatro colores, y lo dejaré irse al cielo de Lota Alto. Recibirás, querida, un largo mensaje, una de estas noches, a la hora en que la Cruz del sur pasa por mi ventana.
A veces, hoy, me da una angustia de que no estés conmigo. De que no puedas estar conmigo, siempre.
Largos besos de tu Pablo.