El mundo ya no era el mismo, las piezas se habían movido. Una jugadora inesperada trastornó todos los planes, y pretendía arruinar el gran juego. ¿Un juego? ¿Eso era? Como si los espíritus no hicieran otra cosa que manipular el destino de todos, y además creyeran que ellos deberían adivinar el resto. No era la primera vez que lo hacía. Su nombre era Ann, y gracias a la magia se internaba en ese mundo de espíritus de vez en cuando en busca de respuestas. En aquel plano, todo se extendió ante ella como si de verdad estuvieran los jugadores en cada esquina, haciendo sus apuestas, sacando o poniendo nuevas piezas.
La jugadora inesperada, la conocida Bruja del mar, o Annorah, era quien había llevado la pieza más extraña. Solo una sirena inocente y desesperada que creyó que haciendo un trato abrazaría la libertad, pero todo se volvió en su contra y se tradujo en una nueva prisión de la que no podía escapar. Porque sus alternativas eran tan pocas que a donde quiera que mirara, no encontraba salida. Solo más peligro.
Ariel. Escuchó que ese era su nombre, y aunque en su inocencia quería hacer las cosas bien y abrazar la libertad, sus acciones solo parecían trastornar los planes de todos. El Dán, manifestándose como una energía furiosa, veía con frustración como su escogida de desviaba del camino, ¡y eso que lo puso todo en sus manos! Esa mujer rubia sabía lo que tenía que hacer, pero no quería ir por ese rumbo. No, porque su amor por Ariel le nublaba el juicio. Era tierno y triste que ese amor tan grande se viera manchado así. Para la Bruja del mar era un truco, para los altos espíritus, era un gran peligro
Pues la sombra de la oscuridad avanzaba, y muchos posibles destinos se mostraban ante sus ojos. Entre ellos, la muerte y la guerra. Porque si Linet fallaba, pasarían largos años hasta que la humanidad pueda volver a luchar por las mujeres. Y si Ariel no vivía, entonces tampoco las sirenas podrían liberarse. Lo peor, lo más triste de todo, era que no podían pasar ambas cosas a la vez. Una de las dos tenía que caer.
Y ella, en esa oscura visión, acababa de identificar al nuevo peligro que se acercaba. Ann lo comprendió de pronto. Ese momento que las brujas habían visto en otras visiones, en lo que casi era otra vida. Había llegado el día en que los destinos se cruzaran, y ya no tenía otra alternativa que darlo todo. Pues podía verlo con tanta claridad que tuvo miedo, y gritó cuando la oscuridad avanzó hacia ella, en forma de una risa perversa, y las alas de un dragón.