Agosto de 1979, provincia de Alicante. Noche cerrada en el jardín de una casona de pueblo perteneciente a una familia muy adinerada de la capital. Ernesto y Audray dan rienda suelta a su pasión tras un día de rodaje en el que ella, actriz, trabaja desde esa misma mañana. Mezclar sexo, drogas y alcohol no siempre termina bien: que se lo digan a Audray, que acaba aplastada, por accidente, por una estatua de piedra. Durante unos minutos que parecen una eternidad Ernesto la da por muerta y, egoísta, imagina truncada su incipiente carrera política. Presa del pánico, cobarde, ruin, decide empujar el cuerpo de la chica hasta el pozo que hay junto a la piscina. De repente, la chica exhala un quejido apagado. Pero esa noche la suerte no está del lado de Audray. Ernesto la coge del pelo y hunde su cabeza hasta ahogarla. Total, ya se había hecho a la idea de su muerte. Aquí empieza su particular huida hacia delante con la ayuda de Rafael y Vicenta, una pareja, digamos, peculiar. El busto, por cierto, era de Calígula, pero ¿eso qué importa ya?