Richard Anderson

—Ginny comercia con caballos —explicó Clay—. Gana cinco veces más que yo.

se desmayó con la facilidad con la que se apagaría una vela en un huracán

—No te pregunté cómo han llegado, cariño —dijo Lilith, con voz dulce como la miel envenenada—. Te pregunté qué hacen aquí.

Matrick pidió a los guardias que también se retiraran y, después de que los sirvientes les ofrecieran un café a todos, también los invitó a estos a salir. Clay contempló horrorizado cómo Moog volcaba en la taza medio cuenco de azúcar.

—¡Me gusta dulce! —dijo el mago.

—¿Y por qué no te marchas? —preguntó Gabriel.

—¡Lo he intentado! —gimoteó—. Los guardias no me dejan. Son muy leales a Lilith. No tengo ni idea de por qué.

Clay sí tenía cierta idea.

—¡Lo tengo! —gritó. Todos se giraron hacia él. El mago sonrió y le guiñó el ojo con compasión a Clay—. Pero es un poco arriesgado.

Clay se aseguró de tomar una nota mental para, cuando todo hubiera pasado, felicitarse por no haberse cagado encima.

Pike no era la persona más perspicaz del mundo, pero empezaba a sospechar que el druin se burlaba de ellos.

El pícaro convertido en rey siempre se había sentido como en casa en la costa de Fantra, donde hasta las abuelitas podían llegar a considerarse unas estafadoras de lengua viperina y se las estaría describiendo con benevolencia.

Lokan estaba muy furioso, pero a Clay no le tembló el pulso cuando dio un paso al frente.
—Inténtalo —dijo con una voz sosegada y fría como una montaña cubierta por un manto de nieve.