necesitaba algo de mí.
Sin embargo, y aunque eso me hizo daño, no pude pedirle perdón.
Hacía años que me sentía incapaz de demostrar afecto, de decir en voz alta palabras como «lo siento» o «te quiero». Por mucho que los sentimientos me hirvieran dentro del pecho, estos se me congelaban entre los labios cuando intentaba sacarlos. Hacía diez años que el dolor me bloqueaba, que me había refugiado en un escudo de orgullo y odio que me hacía sentir mucho más segura que la fragilidad del amor