se siente la tentación de repetir aquel golpe de martillo que Miguel Ángel dio sobre la rodilla de su espléndido Moisés, gritando: «¡Habla!». Era perfecto, pero sin vida. Otras veces, al contemplar el «vivir» de muchos exactos funcionarios de nuestro Cristianismo, ¿no te acuerdas de aquel corazón de embrión de pollo que Alexis Carrel hizo latir in vitro durante veintisiete años de trabajosa vigilancia? Hay que reconocer que tampoco es cómodo vivir así, pero ¡es tan triste un trabajo tan ímprobo para lograr sólo una vida bastarda!