Elvira Sastre

sólo sé que donde estaba ella yo ya no cabía, por más que me aferrara a su mano e intentara esconderme entre su cabello. No había hueco para mí, y salir de aquel lugar fue una lucha contra mi propio cuerpo que, finalmente, me dio más fuerza de la que me había arrebatado.

Yo sólo sé que donde estaba ella yo ya no cabía, por más que me aferrara a su mano e intentara esconderme entre su cabello. No había hueco para mí, y salir de aquel lugar fue una lucha contra mi propio cuerpo que, finalmente, me dio más fuerza de la que me había arrebatado.

En estos tiempos, la universidad es un paso obligado que, en ocasiones, no te lleva a ninguna parte.

un beso de esos que no sabes si son el preámbulo de una cascada de saliva ajena por tu cuerpo o se quedarán en una caricia en la mejilla.

No trates nunca de obligar a nadie a que se quede a tu lado: dale alas para que pueda decidir libremente cuándo irse y cuándo volver. Ésa será la única manera de asegurarte un amor real y auténtico. El pájaro que vuelve a casa es el que vuela.

También ocurre con las canciones y con los libros, con los atardeceres, con el amor e, incluso, con la muerte. Es necesario comprender la fugacidad de las cosas para poder atraparlas en el instante justo en que nos pasan por delante.

Así era ella: antes podías mirarla e imaginarla entristecida y al cabo de un minuto su rostro se despertaba y se entusiasmaba contigo

No la conocía demasiado, pero un lazo resistente tiraba de mí hacia su cuerpo.

Aquella pasión estaba convirtiendo en cenizas mis paredes.

no sé si quería conocerme o sólo hacer en voz alta preguntas que ni ella misma podía responder.