usto enfrente, en la pequeña isla ahora dominada por la potencia neoclásica de San Giorgio Maggiore, había una abadía benedictina que, si Petrarca y Boccaccio estuvieran ahora aquí, a mi lado, habría desaparecido de forma extraña. Palladio, dime, ¿cómo se lo explicaría yo a ellos? La nostalgia de la pureza de líneas de la Roma precristiana levantó estos enormes templos triunfalistas sobre su humilde abadía de 982, probablemente prerromana y de ladrillo;