Ella nunca había experimentado eso con tanta claridad; todos esos sentimientos eran precisos y definidos, tan verdaderos el uno como el otro. Y estaba el odio, este odio, muy real, como los demás. Ella hubiera podido repartir otros tantos paquetitos con sus sentimientos y dárselos a Stanley. Tenía ganas de entregarle el último, como sorpresa, y se imaginaba sus ojos cuando lo abriera...