Mario Hernández

Tuve mi primer trabajo a los catorce años. La cuestión era simple: si no trabajaba, no había qué comer en la casa. Sé lo que es comenzar de abajo, ser desplazado por la violencia, llegar a una tierra que no es la de uno, abrirse camino, sin patrocinios, apellidos ni ayudas;

Papá tuvo casi dos docenas de hijos antes de conocer a mamá, con quien se casó cuando él ya bordeaba los sesenta años, mientras que ella apenas tenía veintitrés.

Él alcanzó a vivir la guerra de los Mil Días, durante la cual una vez lo iban a fusilar al borde del río Chicamocha, pero él prefirió lanzarse al agua, amarrado de manos, y logró sobrevivir.

la aritmética es la base de todo buen negocio.

A mí me dicen algo y lo ejecuto. Así he sido desde niño. No tuve que pensar nada, solo hacerlo. Medía un metro con treinta y ocho centímetros y pesaba menos de cuarenta kilos, era blanco como un vaso de leche, pero avispado y con ganas de trabajar. Me entrevistaron, me dijeron que me iban a probar como mensajero, y como lo hice bien, me contrataron.

Mandado que me ponían a hacer, mandado que cumplía. No decía que no a nada. Recorría a pie las calles de Bogotá llevando unos vestidos enormes y pesados, pendiente de no ensuciarlos ni arrugarlos.

Por eso en el almacén me pusieron el apodo de “Pulga Arrecha”. Así me conocían y me decían, siempre con afecto, porque, además, yo era muy niño, flaco, langaruto, brincón y rápido como una pulga.

Por ejemplo, si llovía y había que salir, ella, que era muy estricta, nos decía: “¡Salga, que usted no es de azúcar!”. Fue una mujer infinitamente amorosa y generosa siempre con todas las personas, para ella todos éramos iguales.

Comencé a frecuentar a una de ellas, la más bella del café, de ojos verdes y de nombre Blanca, que tenía tal vez diecinueve o veinte años. Ponía a sonar la canción Aquellos ojos verdes y ella sabía que era yo que se la dedicaba; así la enamoré y terminamos viviendo juntos durante dos años seguidos. Abandoné mi trabajo y mi casa, ilusionado por un amor y una vida sin responsabilidades, dejando todo al azar de las carambolas.

Si antes tuve que mantenerme a mí y a mi familia, hoy mi responsabilidad como empresario está en sostener una organización de la que, directa o indirectamente, dependen miles de personas en el mundo.

Entré como vendedor y llegué a ser administrador. Seguía siendo Pulga Arrecha, al fin de cuentas: enérgico e intenso, con hambre de conocer el mundo y la persistencia para volver a comenzar.