Háblame corazón, hállame sangre,
encuéntrame mortaja, desentiérrame,
que bajo ligera nieve estoy ardiendo.
Deja caer el pelo sobre mi espalda de sonora madera,
bésame con la lengua de hoja húmeda
y déjame morir definitivamente.
Los vientos encogidos
me azotarán insectos,
y en las manos asiré una luciérnaga.