El juego, que es en la infancia una actividad no solemne, claro está, pero sí perfectamente seria, en la que el que juega busca construirse un lugar en el mundo, de a ratos en forma gozosa —dominándolo—, de a ratos explorando casi a ciegas, buscando, o purgando tristezas, o anticipando temores, o enmendando faltas, pasó a ser el juego juguetón, el juego sin compromiso ni consecuencia.