Emmeline Pankhurst

Decidimos llamar a nuestra asociación Unión Social y Política de las Mujeres, en parte para enfatizar su espíritu democrático y en parte para definir su objetivo más como político que como propagandístico. Resolvimos que solo las mujeres podrían ser socias, con el fin de mantenernos totalmente independientes de cualquier partido político y no dedicarnos más que al asunto que nos concernía. Hechos, no palabras, sería para siempre nuestro lema.

Aquellas mujeres me habían seguido a la Cámara de los Comunes. Habían desafiado a la policía. Por fin habían despertado. Estaban preparadas para hacer algo que ni una sola mujer había hecho antes: luchar por ellas mismas. Las mujeres siempre habían luchado por los hombres y por sus hijos. Ahora estaban listas para pelear por sus propios derechos humanos. Nuestro movimiento activista se había consolidado.

La Unión Social y Política de las Mujeres decidió responder a este desafío. Si reunir a grandes masas de gente era todo lo que se necesitaba para convencer al Gobierno de que el sufragio femenino había superado su etapa académica y exigía ahora acción política, pensábamos que éramos capaces de satisfacer hasta al miembro más escéptico del gabinete.

Cuando subí a mi plataforma en Hyde Park y observé las multitudes que allí esperaban y las que aún seguían entrando al parque desde todas las direcciones, me sentí embargada por un sentimiento de sorpresa no exento de sobrecogimiento. Nunca había imaginado que tanta gente pudiera reunirse en una manifestación política. Era un espectáculo alegre, bello y asombroso. Los vestidos blancos de las mujeres, junto con sus sombreros decorados con flores, fundiéndose con los viejos árboles del parque, daban la impresión de que nos hallábamos en un enorme jardín florecido.

Habíamos llegado a un punto en el que teníamos que escoger entre dos alternativas. El diálogo se había agotado. Por tanto, o bien abandonábamos nuestra revuelta, como prácticamente habían hecho las sufragistas de los años ochenta, o pasábamos a la acción hasta que el egoísmo y la cabezonería del Gobierno saltasen por los aires o el propio Gobierno quedase destruido. Ahora sabíamos que hasta que no se viera obligado a ello, el Gobierno nunca concedería el voto a las mujeres.

Romper ventanas, si lo hacen los hombres ingleses, se considera la expresión honesta de una opinión política. Romper ventanas, si lo hacen las mujeres inglesas, se considera un crimen.

Para terminar, quiero destacar el autocontrol que mostraron nuestras seguidoras en la noche del 13 tras ser detenidas. Nuestra norma ha sido siempre ser pacientes, actuar con calma y demostrar a quienes son supuestamente nuestros superiores que no somos unas histéricas. No utilizar la violencia, sino ofrecernos para que otros la ejerzan sobre nosotras.

Esto es todo lo que tengo que decirles. Estamos aquí no porque queramos saltarnos las leyes, sino porque queremos hacer las leyes.

Allí resolvimos que a partir de ese momento nos negaríamos siempre a someternos a la normativa común de las prisiones. Nuestra intención no era incumplir las leyes para tratar de eludir el castigo. Lo que pretendíamos era sencillamente que se nos reconociera como presas políticas. Llegamos a este punto tras una profunda reflexión.

Pero ahora que ciertos ministros habían admitido desde el estrado que éramos presas políticas, teníamos que exigir en el futuro, para nosotras, el tratamiento que se les da a los hombres arrestados por delitos políticos en todos los países civilizados.