La sala prorrumpió en vítores y no sólo de sus más obvios defensores, de casi todo el mundo. Incluso los que simpatizaban con Rowan aprobaban la decisión del comité…, puesto que, al final, ¿qué apoyo le quedaba al chico en la Guadaña? Los que admiraban a Goddard lo despreciaban a él y muchos de los que le habían concedido el beneficio de la duda ya apoyaban de antes a Citra. Quedó claro en aquel momento que Citra podía haberse dado por ordenada desde el mismo instante en que Goddard y sus discípulos perecieron entre las llamas.
—Enhorabuena, Citra —la felicitó Rowan mientras la multitud expresaba su rugiente aprobación—. Sabía que lo conseguirías.
Ella no era capaz de responder; ni siquiera podía mirarlo.
Mandela se giró hacia ella.
—¿Has elegido a tu histórico patrón?
—Sí, su señoría.
—En ese caso, toma este anillo que te ofrezco, póntelo en el dedo y anuncia a la Guadaña midmericana y al mundo quién… eres… ahora.
Citra aceptó el anillo con las manos tan temblorosas que estuvo a punto de soltarlo. Se lo puso en el dedo. Le encajaba perfectamente. Pesaba y el oro del engarce estaba frío, aunque se calentó deprisa con el calor de su cuerpo. Alzó la mano, como había visto hacer a otros candidatos ordenados.
—Elijo que se me conozca como la segadora Anastasia —les anunció—. Por el miembro más joven de la familia Romanov.
Los segadores reunidos se miraron entre ellos para debatir sobre esa decisión.
—Señorita Terranova —comentó el sumo dalle Xenocrates, al que estaba claro que la idea no le agradaba—, no puedo decir que me parezca una elección acertada. Los zares de Rusia eran más famosos por sus excesos que por sus contribuciones a la civilización, y Anastasia Romanov no hizo nada importante en su corta vida.
—Y por eso la elijo, su excelencia —replicó Citra, y lo miró a los ojos—. Fue el resultado de un sistema corrupto y, por ello, se le negó hasta la vida…, como casi me sucede a mí.
Xenocrates se erizó un poco.
—De haber vivido más —continuó ella—, quién sabe lo que podría haber hecho. Quizás hubiera cambiado el mundo y redimido el apellido de su familia. Decido ser la segadora Anastasia. Juro convertirme en el cambio que pudo haber sido.
El sumo dalle le sostuvo la mirada y guardó silencio. Un segador se puso en pie y empezó a aplaudir: era Curie. Después, otro se le unió y después otro, y pronto toda la Guadaña estaba de pie y ovacionaba a la recién ordenada segadora Anastasia.