Seguí con mi tarea, y cuando me incliné para dar forma al cabello por encima de sus orejas, contuve la respiración. Volví a buscar su rostro con la vista. Tenía las pupilas un poco dilatadas y los labios separados. Se me endurecieron los pezones por debajo de la camiseta, y Archer abrió mucho los ojos cuando los clavó en mi pecho. Lo vi desviar la vista, con los pómulos rojos, y apretar los puños sobre los muslos marcados.
Me incliné sobre él para cortar un poco más, casi rozándole la cara con mis pechos. Noté que respiraba hondo y que jadeaba, rompiendo el silencio reinante en la cocina con sus rápidas inspiraciones. Bajé la vista mientras me incorporaba y percibí su erección, gruesa y dura, a través de los pantalones.
Me moví con rapidez detrás de él y trabajé su pelo un poco más, tratando de mantener mi propia respiración bajo control. Noté que se me nublaban los ojos; esperaba estar haciéndolo bien. No podía concentrarme, solo sentía la humedad que se instalaba entre mis muslos. Estaba tan excitada que apenas podía soportarlo; su cercanía, las sensaciones que me embargaban al tocarlo y la certeza de que él también lo notaba actuaban como un afrodisíaco. Nunca hubiera pensado que podría excitarme con tanta rapidez por culpa de un maldito corte de pelo. Pero estaba claro que a él también le ocurría.
Mientras lo rodeaba hasta detenerme de nuevo frente a él, noté que estaba temblando.
—Listo —susurré—. Ya he terminado. Te ha quedado muy bien, Archer. —Me arrodillé delante de él y tragué saliva cuando lo pude apreciar por completo.
Dejé las tijeras en la encimera, detrás de mí, y me di la vuelta, para acercarme a él todo lo que podía. Notaba el fuerte latido de mi corazón en los oídos y entre las piernas. Lo miré, bajé la vista a sus labios; él también observó los míos. ¡Dios! Tenía tantas ganas de que me besara que me dolía.
Él me observó con intensidad y tragó saliva. Su nuez subió y bajó por la garganta, tirando de la cicatriz. Mientras seguíamos mirándonos, la incertidumbre se abrió paso en su expresión y cerró los puños con más fuerza sobre los muslos.
De pronto, deslizó la silla hacia atrás y se puso en pie, sorprendiéndome.
—Tienes que irte —dijo.
—¿Irme? —pregunté—. ¿Por qué? Archer, lo siento, si he hecho algo que…
Dijo que no con la cabeza, y me fijé en el alocado palpitar del pulso en su cuello.
—No, no has hecho nada, es que tengo… cosas que hacer. Tienes que marcharte. —Respiraba con dureza, como si acabara de recorrer cinco kilómetros. Jamás lo había visto tan agitado en ninguna de las actividades físicas que le había visto realizar. Me miró con expresión suplicante.
—De acuerdo —susurré, sonrojándome—. De acuerdo.
Recogí las tijeras y me dirigí al salón para meterlas en el bolso. Me giré hacia Archer.
—¿Estás seguro? Yo no…