Acababa de llegar la noticia de la muerte, tras un largo reinado de casi 50 años (r. 1658-1707), de Aurangzeb, hijo de Shah Jahán, ocurrida en la lejana región de Decán, donde se hallaba arduamente empeñado en la extensión de su vasto imperio. El curioso viajero, preguntándose qué podría acarrear la muerte de un soberano tan poderoso, habría vuelto tal vez su mirada al pasado, 100 años atrás, por ejemplo a la muerte de Akbar (r. 1556-1605), abuelo de Shah Jahán. En ese caso habría visto ya las instituciones clave que iban a convertir a los mogoles, durante el siglo siguiente, en el imperio más poderoso que se había conocido en el subcontinente. Este imperio tenía mucha más población, riqueza y poder que los contemporáneos imperios turcomongoles con los cuales los mogoles tenían tanto en común: el de los persas safávidas y el de los turcos otomanos. La población mogola, en el año 1700, era quizá de 100 millones de personas, cinco veces más que la de los otomanos y casi 20 veces más que la de los safávidas.