Íñigo Jáuregui Eguía

—Qué valientes somos los mexicanos —dijo irónicamente—. ¡Matarnos así los unos a los otros!

Villa era hijo de peones ignorantes y nunca fue a la escuela.

enfrentó al siglo xx con la ingenua sencillez de un salvaje.

En todas partes se le conocía como «el amigo de los pobres». Era el Robin Hood mexicano

Villa nunca flaqueó en su lealtad a Madero, algo insólito en la historia mexicana.

dedicó todas sus fuerzas a aprender a leer y escribir. Villa no tenía ni la más mínima base sobre la que trabajar. Hablaba el tosco español de la gente muy pobre, eso que llaman pelado.

Villa vivió en El Paso (Texas), y de allí salió en abril de 1913 para conquistar México con cuatro compañeros, tres caballos de carga, un kilo de azúcar, otro de café y medio de sal.

No entendía que se adjudicaran grandes parcelas a los ricos y no a los pobres. La compleja estructura de la civilización era nueva para él. Había que ser un filósofo para explicar cualquier cosa a Villa, y sus consejeros solo eran hombres prácticos.

Villa, que dijo:

—Bueno, si todo lo que necesitan es dinero, imprimámoslo.

Señor cónsul —respondió Villa—, los mexicanos llevamos trescientos años aguantando a los españoles. No han cambiado de carácter desde la época de los conquistadores. Reventaron el imperio indio y esclavizaron al pueblo. No les pedimos que mezclaran su sangre con la nuestra. Los echamos dos veces de México y los dejamos volver con los mismos derechos que los mexicanos, pero ellos usaron esos derechos para robarnos la tierra, esclavizar al pueblo y tomar las armas contra la causa de la libertad. Apoyaron a Porfirio Díaz.