A diferencia de los fantasmas o demonios, que tienen antecedentes bíblicos, los vampiros fueron, en la práctica, descubiertos y, por esa razón, poseen una historia y un significado susceptibles de definición. La ciencia emergente de la vampirología no se centró en el testimonio de testigos, como en el caso de los fantasmas y las apariciones, sino que trató a los vampiros como seres físicos con un «cuerpo» auténtico de evidencia que consistía en los cadáveres del perpetrador y de las víctimas. Por ese motivo, los vampiros no suponen el regreso de demonios primordiales de la Antigüedad, sino que son criaturas de la Ilustración: su historia está arraigada en el enfoque empírico de la investigación científica que se desarrolló en el siglo XVIII, en la política europea y en las corrientes de pensamiento más recientes. En otras palabras, forman parte del mundo moderno o, mejor dicho, la forma de estudiarlos fue, sorprendentemente, moderna. Los vampiros surgieron cuando la razón ilustrada chocó con el folclore de Europa oriental; un encuentro en el que se intentó dotar de sentido al vampiro a través del razonamiento empírico y, al tratarlo como si fuera creíble, se le otorgó realidad.