Tina Vallès

Ayer pasé la tarde con la señora Historias y hablamos de mi madre. Cuando le conté qué está buscando mi madre, se quitó las gafas, se frotó los ojos y negó con la cabeza. Después se quedó un rato mirando el techo y al final yo también lo miré. Como si lo estuviera leyendo, me dijo que a lo mejor no me hacía falta un padre perfecto, que a lo mejor me bastaba con una madre que estuviera en casa, que no me dejara. Me llevé una mano a la frente para taparme los pensamientos, la señora Historias tenía razón.

No me gusta que me llamen «morenito». A la señora Cuchara le dejo porque lo dice con un tono dulce y blando, como de flan, y a mí me gustan mucho los flanes. Es un pacto: ella me da merienda y yo me dejo llamar «morenito».

Y eso que muchas veces usa palabras que no sé qué quieren decir y se me quedan pegadas a las orejas, repitiéndose y repitiéndose hasta que las conozco, porque la señora Historias me las presenta como si fueran de la familia.