Ann Liang

Entonces me doy cuenta de que, durante todo el tiempo que yo observaba a Peter y a Wei Laoshi, él me estaba observando a mí.

Madre mía —dice con una risita y niega con la cabeza—. Para ser una de las personas más inteligentes que he conocido nunca, a veces no te enteras de nada.

El final de la frase se queda suspendido en el aire, porque Henry se pone recto, todavía con la risa en los ojos, me coge de la cara con una mano y posa sus labios sobre los míos.

Está demasiado arraigado en mí la necesidad de obedecer las reglas, llegar a tiempo, mantener mi asistencia perfecta. Soy como uno de los perros de Pavlov, excepto que cada vez que escucho el timbre, mi instinto es buscar mi escritorio y sacar mis cuadernos.

Julius también me acusó de muchas cosas en el pasado, pero nunca me culpó por ser intenso. Por ser demasiado de cualquier cosa. Por

"Preferiría morir antes que besarte de nuevo".

"Eres más bonita cuando no hablas".

"Eres la única persona a la que vale la pena prestarle atención".

aunque no planeo tenerlos nunca). niños

“Y Sadie es la luz de mi vida”, dice Julius, con el labio curvado, aunque hay una nota extraña en su tono. Algo que podría confundirse con sinceridad. “El sol en mi cielo, la fuente de toda mi alegría. Ella es la razón por la que me despierto cada mañana emocionado por ir a mis clases. No pasa un día en el que no esté agradecido de que ella exista, de que esté ahí, de poder hablar con ella, cruzarme con ella por los pasillos y escucharla reír”.