Emilio Pascual

«Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético».
J. L. BORGES: «La Poesía»,
en Siete noches. FCE, pp. 101-102.

«De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación».
J. L. BORGES: «El libro», en Borges oral:
OC II. Barcelona: RBA, 2005, p. 653.

¿Qué habría sido de mí sin libros, si todo mi saber se redujera a la suma de mis experiencias personales y de los conocimientos transmitidos oralmente por mis mayores?».
J. M.ª CABODEVILLA: «Los libros»,
en Orar con las cosas. Madrid: BAC, 2003, p. 251.

Amrú trasladó la petición al califa Omar, su natural señor, el cual pronunció entonces la lapidaria o, por mejor decir, incendiaria frase: «Si dicen lo que el Corán, no son necesarios; si dicen lo contrario, deben ser exterminados».

Desde el primer Adán que vio la noche
y el día y la figura de su mano,
fabularon los hombres y fijaron
en piedra o en metal o en pergamino
cuanto ciñe la tierra o plasma el sueño.
Aquí está su labor: la Biblioteca.
Dicen que los volúmenes que abarca
dejan atrás la cifra de los astros
o de la arena del desierto…

También Athanasius Antoun sabía que no hay lugar en el mundo capaz de archivar todo el saber acumulado durante siglos. Por eso, la nueva biblioteca de Alejandría era otra especie de metáfora: aquella que Alfonso Reyes había formulado como «entre todos lo sabemos todo».

En realidad cualquier libro es merecedor del fuego, por el mero hecho de serlo, como el hombre es candidato perpetuo a la muerte, porque «el delito mayor / del hombre es haber nacido». Lex universa est, quae iubet nasci et mori, según dictaminó Publilio Siro.

Así la necesidad de compañía, nacida del vacío y la monotonía del propio interior, impulsa a los hombres a unirse; pero sus muchas cualidades repugnantes y defectos insoportables los vuelven a apartar unos de otros. La distancia intermedia que al final encuentran y en la cual es posible que se mantengan juntos es la cortesía y las buenas costumbres.

Parece que los libros están fatalmente destinados a arder, como los amores a desvanecerse en sombra, en humo, en sueño.

«Las palabras son cajas que sirven para ordenar los pensamientos»…