Katherina Winkler

Los niños somos un rebaño

Oigo decir que los niños somos diez. Oigo decir que yo soy la séptima.

Mi madre va pariendo como una vaca, niño tras niño, entre siembra y cosecha, entre cosecha y siembra.

Más tarde, Hüseyin despierta.

Ve su pecho, sus brazos, sus piernas y llora, avergonzado.

El cárdeno adorno sólo es para las mujeres

¿Dónde comienza la injusticia? ¿En el umbral de la casa? ¿O en la cerca del pasto?

Mi boda es su fiesta. Su razón para reír, para beber.

Soy todo silencio, un pálido motivo.

Todos están animados, salvo yo.

Todo el pueblo es nostalgia del hogar. Está ahí para decirme cuán lejos estoy. Y que soy una niña y necesito una casa. Me oye llamar casa a esta casa, y se ríe de mí

Soy una niña, una esposa.

Entonces yo también suelto risitas y abrazo a las muchachas, río y enseño mi boca abierta

Yunus me pega.

Tiene que sacarme a golpes la niña de los huesos.

La muchacha de las vísceras.

Tiene que meterme a azotes la esposa dentro del cerebro

Yunus, de pie en la cocina, grita: ¿Qué más quieres? ¡Te he traído a una esclava!

Arrastra a su madre por el pelo afuera, al patio, hacia la calle, y brama: ¡Vete!

El tiempo sin golpes es el paraíso. Hay sitio para el latido de nuestros corazones