Xan creía estar solo en su terraza. Pero entonces asomó por una de las salidas laterales del Hollywood un joven atildado, con un teléfono móvil pegado a la oreja; dio la impresión de encaminarse apresuradamente a la calle, hasta que se paró en seco y pareció tantear el camino hacia un lado para apoyarse en la valla del canal un poco más allá. Se dio cuenta del gesto de Xan frunciendo levemente el ceño y después dijo con claridad:
–Entonces todo lo que dijimos, todas las promesas que intercambiamos, no significan nada ahora. Por culpa de Garth. Y los dos sabemos que se trata sólo de un capricho... Tú dices que me quieres, pero me parece que tenemos ideas diferentes de lo que significa realmente el amor. Para mí, el amor es algo sagrado, casi indefinible. Y ahora tú me estás diciendo que todo eso, todo eso...
Se alejó, y su voz se perdió enseguida en el murmullo de la ciudad. Sí, y aquello era una parte de la obscenificación a que se refería antes: la pérdida del pudeur.
Como el pato muerto, el horizonte del primer matrimonio de Xan, aquel proyecto de universo..., muerto también. Su divorcio había sido tan despiadado, que hasta los propios abogados se habían sentido aterrados. Fue como si los dos se hubieran envuelto, juntos, en alambre de púas, desnudos, cara a cara, y se hubieran arrojado a la vez por un barranco. En esas condiciones, cada gesto era un desgarrón, cada patada, unas garras que se clavaban en el otro: no podía haber ninguna moralidad en ello. Y así, cuando Pearl lo hizo detener por tercera vez, y él apareció en la puerta de servicio de su piso para oír cómo le leían los cargos, Xan se dio cuenta de que había llegado al final de un viaje. Que había alcanzado el polo opuesto del amor: una condición mucho más intensa aún que el mero odio. Porque deseas con todas tus fuerzas que la persona que amabas muera; deseas que su avión se estrelle..., y no te importa que haya otros a bordo..., que mueran cuatrocientos pobres diablos más, cuatrocientos desgraciados más...
Pero habían sobrevivido; vivían, ¿no? Xan calculaba que él y Pearl habían salido bastante igual de bien librados los dos. Y, por fantástico que pareciera, habían salido del episodio más ricos de lo que entraron. Fueron los chicos, los dos hijos, los que perdieron. Y fue por ellos por quienes Xan Meo brindó ahora.