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Martin Amis

  • Haroldo Piñahas quoted14 hours ago
    al cabo de algún tiempo, el matrimonio es una relación fraternal, marcada por ocasionales, y más bien lamentables, episodios de incesto.
  • Haroldo Piñahas quoted14 hours ago
    La fama se había democratizado tanto, que la oscuridad se sentía ahora como una privación y hasta como un castigo. Y las personas que no eran famosas se comportaban como si lo fueran. Hasta el punto de que, en ciertas atmósferas mentales, era posible creer que la isla en la que uno vivía contenía sesenta millones de superestrellas...
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    Xan Meo se encaminó al Hollywood.

    –Buenas noches.

    –¿Está usted bien? –dijo el barman, como si dudara de la salud mental de alguien que aún diera las buenas noches.

    –Sí, hombre –dijo Meo tranquilamente–. ¿Y tú? –Así estaban las cosas: era un hombre corpulento, estaba tranquilo, se sentía bien–. ¿Dónde anda todo el mundo?

    –Fútbol. Selección inglesa. Aparecerán por aquí todos en masa a eso de las ocho.

    Meo, que no pensaba estar para entonces, dijo:

    –Tienes que poner una de esas pantallas de plasma. Para que puedan verlo aquí.

    –No queremos que lo vean aquí. Pueden seguirlo en las del Gusano y Manzana. O en el Cabeza de Turco. Y que rompan ésas cuando el partido se pierda.

    El menú de cócteles aparecía escrito con tiza en una pizarra por encima de un exhibidor de botellas y sifones dispuestos a imitación del centro de Los Ángeles, en cuyas calles aparecían colocados, sin ninguna preocupación por la escala, maniquíes de algunas estrellas escogidas.

    –Tomaré un... –Había un cóctel llamado Blowjob. Y otro que aparecía con la denominación de Boobjob. «Como esas compañías que se llaman FCUK y TUNC», pensó Meo. Se encogió de hombros. No tenía la más mínima intención de ponerse a considerar ahora la obscenificación de la vida cotidiana. Así que dijo–: Tomaré un Shithead. No, un Dick head. Aunque..., no. Mejor pon dos Dickheads.1

    Llevando un vaso en cada mano, Xan salió a la terraza pavimentada que daba al canal, donde, en los últimos meses, sentado en un banco de cara al oeste, habitualmente con Russia a su lado, había consumido muchos pensativos Club Soda y muchos filosóficos Virgin Mary. ¡Cuánto más solemnes, cuánto más augustas y regias iban a ser sus reflexiones acerca de Pearl, ahora que estaba solo con sus cigarrillos y sus Dickheads...! La primera escrutadora mirada de Meo a las inmóviles y verdes aguas del canal lo confrontó a un pato muerto, con la cabeza hundida y las patas al aire como las patillas de unas gafas. Muerto en el agua, miserablemente muerto. Imaginó que podía percibir su husmo destacando sobre el rancio olor a botica del canal. Como Lucky Ducky o Drakey Lakey después de que se los zampó Foxy Loxy.
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    Xan creía estar solo en su terraza. Pero entonces asomó por una de las salidas laterales del Hollywood un joven atildado, con un teléfono móvil pegado a la oreja; dio la impresión de encaminarse apresuradamente a la calle, hasta que se paró en seco y pareció tantear el camino hacia un lado para apoyarse en la valla del canal un poco más allá. Se dio cuenta del gesto de Xan frunciendo levemente el ceño y después dijo con claridad:

    –Entonces todo lo que dijimos, todas las promesas que intercambiamos, no significan nada ahora. Por culpa de Garth. Y los dos sabemos que se trata sólo de un capricho... Tú dices que me quieres, pero me parece que tenemos ideas diferentes de lo que significa realmente el amor. Para mí, el amor es algo sagrado, casi indefinible. Y ahora tú me estás diciendo que todo eso, todo eso...

    Se alejó, y su voz se perdió enseguida en el murmullo de la ciudad. Sí, y aquello era una parte de la obscenificación a que se refería antes: la pérdida del pudeur.

    Como el pato muerto, el horizonte del primer matrimonio de Xan, aquel proyecto de universo..., muerto también. Su divorcio había sido tan despiadado, que hasta los propios abogados se habían sentido aterrados. Fue como si los dos se hubieran envuelto, juntos, en alambre de púas, desnudos, cara a cara, y se hubieran arrojado a la vez por un barranco. En esas condiciones, cada gesto era un desgarrón, cada patada, unas garras que se clavaban en el otro: no podía haber ninguna moralidad en ello. Y así, cuando Pearl lo hizo detener por tercera vez, y él apareció en la puerta de servicio de su piso para oír cómo le leían los cargos, Xan se dio cuenta de que había llegado al final de un viaje. Que había alcanzado el polo opuesto del amor: una condición mucho más intensa aún que el mero odio. Porque deseas con todas tus fuerzas que la persona que amabas muera; deseas que su avión se estrelle..., y no te importa que haya otros a bordo..., que mueran cuatrocientos pobres diablos más, cuatrocientos desgraciados más...

    Pero habían sobrevivido; vivían, ¿no? Xan calculaba que él y Pearl habían salido bastante igual de bien librados los dos. Y, por fantástico que pareciera, habían salido del episodio más ricos de lo que entraron. Fueron los chicos, los dos hijos, los que perdieron. Y fue por ellos por quienes Xan Meo brindó ahora.
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    El cielo cae, y yo no puedo decir si...

    Rígido ahora, como la estatua de un tirano derrocado, se desplomó de lado en el húmedo pavimento, y allí quedó inmóvil.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    Aunque vivo en el presente, y lo hago con una fijeza patológica, recuerdo todo lo que me ha sucedido desde que llegué al campo. Todo. Recordar una hora me llevaría una hora. Recordar un mes me llevaría un mes.
    No puedo olvidar porque no puedo olvidar. Y ahora, al fin, todos estos recuerdos tendrán que disiparse...
    No hay más que un solo desenlace, y es el desenlace que deseo. Con él probaré que mi vida es mía, y sólo mía.
  • Adal Cortezhas quotedlast year
    A mí me había pasado durante algún tiempo: no podía ver belleza donde no veía inteligencia.
    Pero a Gerda la veía con los ojos del amor, e incluso en su lecho de muerte fue bella. La belleza estúpida de Gerda Bormann.
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    –Lo siento –dijo en voz alta–. Lo siento. Lo siento.

    Como en compensación del ave acuática muerta en el verde canal, un gorrión, una alada criatura del aire, dio un salto, fue a posarse en el banco a su lado y, con estremecedora docilidad, empezó a abanicarse a sí mismo dejando que sus alas se agitaran susurrantes a quince centímetros de distancia.

    El viento había cesado..., huido a otra parte. Por el oeste se había instalado una puesta de sol de colores chillones, casi pornográfica. Semejaba una titánica operación antiincendios, con etéreas máquinas, grúas, escaleras, el chorreo y la espuma de las mangueras y las bocas de agua, y los genios de los bomberos aplicados a su enorme trabajo de control del fuego, de control del infierno.
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    –¿Es tu ligue? –preguntó una voz.

    Meo agradeció que cesara su soledad. Miró a su derecha: el gorrión seguía aleteando en el brazo del banco, peligrosamente cerca de su segundo Dickhead. Alzó la cabeza: el que le preguntaba era un individuo sonriente, de figura casi cúbica y expresión algo bobalicona, que se hallaba a tres metros de él entre las sombras del crepúsculo.

    –Sí..., bueno..., es lo más que he podido conseguir en estos tiempos –respondió.

    El hombre dio un paso adelante, con las manos apoyadas en la cintura y los pulgares levantados a ambos lados del ombligo. Lo conocía, pensó Meo. Mejor.

    –¿Eres él...?

    Previendo que enseguida iba a tener que estrechar una mano, Xan se puso en pie. El gorrión no se movió.

    –Sí. Soy él...

    –Bueno. Yo soy Mal.

    –... Hola, Mal –dijo Xan.

    –¿Por qué hiciste eso, tío?

    En aquel instante se puso de manifiesto que Mal, no obstante su aire de humorístico pesar, era un hombre violento.

    Pero, lo que todavía es más sorprendente, se vio claramente que Xan también era un hombre violento. Es decir, que aquel obligado cambio de fuerzas no lo pillaba completamente desprevenido. La violencia, triunfalmente descabellada e irreal, es un viejo error de apreciación..., excepto para el violento. Una vez cometido ese error, los dos hombres sabían que de ahí en adelante todo era endocrino. Simple cuestión de sus secreciones glandulares.

    –¿Por qué hice qué? –dijo Meo, y dio un paso adelante. Aún esperaba evitarlo, pero no iba a dejarse ganar por la mano.

    –Ooh.

    También el otro lo pronunció a la francesa, como un où, como hacía ya rato lo había hecho Russia delante de Meo.

    –Ya había oído que tienes bastante mala leche.

    –Pues, entonces, ya sabes lo que te espera –replicó Meo tan fríamente como pudo (aunque notaba un sabor ácido en su boca)– si piensas tenértelas tiesas conmigo.

    –¡Mira que ocurrírsete mencionarlo! Y quiero decir que me lo mencionaste a mí, ¡nada más y nada menos que a mí...!

    –¿A quién he mencionado?

    Mal tomó aire, lo miró con los ojos desencajados y murmuró audiblemente:

    –Te acordarás de ésta, muchacho... J-o-s-e-p-h A-n-d-r-e-w-s.

    –¿Joseph Andrews?

    –No vuelvas a decirlo. No lo digas. Lo has vuelto a mencionar. Lo has repetido..., tal como lo escribiste, con todas las letras.
  • Haroldo Piñahas quoted10 hours ago
    Por primera vez, Meo pensó que algo más iba mal. Los cálculos que estaba haciendo interiormente podrían resumirse así: los quince centímetros que le saco de altura compensan los trece kilos que pesa más que yo, y en lo demás (edad de uno y otro) la diferencia real es cero. Así que sería un cuerpo a cuerpo. Y el tipo parecía despreocupado y torpe para enzarzarse en un cuerpo a cuerpo. No podía ser tan bueno: no había más que fijarse en su traje, en sus zapatos, en sus cabellos.

    –Lamentarás esto, muchacho.

    Pero hay otro actor en nuestra escena. Pues resulta que voy al Hollywood, pero acabo en el hospital. Un hombre (porque se trata de un hombre, es un hombre, siempre hay un hombre: un pecador, un ser que caga, come, respira...) que ahora se acerca rápidamente a él por detrás. Mal es violento, y Xan es violento, pero en el rostro y el aura de este tercer protagonista se aprecia la falta de todo cuanto los seres humanos han llegado a convenir: todos los tratados, concordatos, acuerdos. Es un hombre pálida y vulgarmente calvo. Sus cejas y pestañas parecen haber sido extirpadas o incluso quemadas a soplete de su rostro. Y el vaho que sale de su boca en este anochecer no demasiado riguroso es como el chorro pulverizado de un aspersor, alcanza hasta la distancia de un brazo.

    Xan no oyó pasos; lo único que alcanzó a oír fue el susurro apagado del relleno de la pesada porra. Y enseguida el empellón de dos dedos que se clavaban en su hombro. No tenía que haber ocurrido así. Los otros esperaban que se volviera, pero no se volvió: inició el movimiento de giro, pero se desvió y se agachó para escabullirse. Por eso el golpe, que pretendía meramente partirle el pómulo o la mandíbula, fue recibido en pleno cráneo, esa espaciosa caja (en este caso aún frondosa) que sirve de seguro estuche a tantas nobles y delicadas facultades.

    Se desplomó, se dobló por las rodillas, completamente vencido: rendidas ante su enemigo su doncellez, su alma de niño. La acción física hizo rodar el vaso de su Dickhead, que cayó al suelo. Oyó su chasquido, el chasquido de sus rodillas seguido por el chasquido del vidrio rajado. El mundo dejó de girar, y enseguida comenzó a dar vueltas de nuevo..., pero de otra forma. Sólo entonces, después de un latido, el gorrión se levantó con el batir de sus alas: aquel pequeño fisgón había presenciado todo.

    ¡El cielo se desploma!

    Después, las palabras «¡Toma! ¡Toma!», y un segundo y lacerante golpe.
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