—A tu mamá le encantaba recogerte de la escuela.
Respondí con un asentimiento, como hacía casi siempre que alguien hablaba de ella.
Una lágrima rodó por la mejilla de Adam.
—Te pareces tanto a ella…
Me estaba acostumbrando a aquel comentario. Me encantaba parecerme a mi mamá. Tenía sus mismos ojos, grandes y de color café, el rostro acorazonado y el cabello ondulado color castaño que en verano se aclaraba y adquiría un tono rojizo.
Sin embargo, también era la chica del espejo, el recordatorio andante de cuánto había perdido.