Las páginas que ahora siguen no se entenderán plenamente si no se dice en primer lugar que Lévi-Strauss no hace en ellas sino reproducir, ahora a través de una experimentación etnográfica que el filósofo ginebrino de las Luces sólo intuyó, las obsesivas búsquedas que llenaron toda la vida de Rousseau: búsqueda «de la sociedad de la naturaleza», sabiendo que sólo allí era posible meditar sobre «la naturaleza de la sociedad»; búsqueda del principio, de lo que Lyotard había llamado «la fe originaria»[7], una «frescura antigua…, la grandeza indefinible de los comienzos» (pág. 395), ese estado prístino que, como afirmaba Rousseau y como Lévi-Strauss repite aquí en dos oportunidades (págs. 340 y 447), «seguramente no existe, quizá nunca existió, probablemente no existirá jamás y del cual, sin embargo, es preciso tener nociones justas para juzgar bien nuestro estado presente»; búsqueda de una ciencia de nuevo cuño, la «nueva sociología» de la que habla Lévi-Straus (pág. 467), capaz de asumir la completitud de la condición humana, cuyo principio innegociable fueran aquellas palabras con las que Rousseau fundaba, sin saberlo, la etnología y que quedarían recogidas en su homenaje: