La reacción espontánea de devolver mal por mal se traduce en una emoción negativa de ira, mezclada con dolor —moral o físico— que repele el ataque. Pretendemos que el agresor cese en su acción, e intentamos protegernos de una nueva agresión. En algunas ocasiones no respondemos de manera activa, pero habitualmente, respondamos o no —sobre todo cuando no respondemos— el dolor por la ofensa recibida suele transformase en ira y odio hacia el agresor