Se suponía que la modernización inundaría el mundo —tanto comunista como capitalista— de puestos de trabajo, y no de cualesquiera puestos de trabajo, sino de un «empleo estándar» con salarios y prestaciones regulares. Tales puestos de trabajo son hoy bastante raros, y la mayoría de la gente depende de medios de subsistencia mucho más irregulares. La ironía de nuestra época, pues, es que todo el mundo depende del capitalismo, pero casi nadie tiene eso que solíamos llamar un «trabajo estable».