alguno de esos atentos ateos o agnósticos seguros de sí mismos o laicos del montón que —misericordiosos— me leen ha llegado hasta este párrafo (Dios se lo pague), me dará un buen golpe de pecho, exclamando con mirada inquisitiva: «¡Pero, hombre, esos propósitos nos los hacemos todos sin tantas liturgias!, y además vamos al gimnasio». Yo me alegro por ellos. No les niego que sacrificarse sea algo común y, más aún, irremediable. Algunos comodones, sin embargo, necesitamos un empujón sobrenatural para hacer lo más natural del mundo, y la Iglesia se adapta a nuestra condición como un guante. O a los ciclos de la naturaleza, esto es, al hermoso resurgir inesperado de cada primavera. O a los ritos precristianos. Lo que ustedes decidan me parece bien. En estos cuarenta días con sus cuarenta noches, otro de mis firmes propósitos es no discutir.