concepto de propiedad —que hasta ese momento se había limitado a una lanza, un collar o una prenda de vestir apreciada— adquirió entonces un poder casi mágico. Los hombres no solo podían poseer tierras, sino también excedentes de alimentos y semillas, fuentes de agua, animales y, muy pronto, a otros seres humanos. Como ahora se podía destetar a los bebés mucho antes gracias a la leche de los animales domésticos, las mujeres volvían a quedarse embarazadas apenas uno o dos años después de dar a luz, lo que originó una fertilidad mucho más elevada que la de las recolectoras, que generalmente amamantaban a sus hijos durante tres o cuatro años antes de volver a quedarse embarazadas.