Era un buen acuerdo: se veían en la tienda, hablaban tranquilamente, se comunicaban por correo electrónico pero, en realidad, nunca se reunían. Nunca habían estado una en casa de la otra, aun cuando se conocían desde hacía catorce años. De todas formas, para ser justos, Georgia se dijo que eso no era tan raro en la ciudad. Apenas habían hablado por teléfono. Era lo que era, una amistad muy neoyorquina, y aun así, ambas tenían la sensación de que, en la ciudad de los desconocidos, tenían en la otra a una buena amiga.