León Ostrov

He preguntado a mi sangre si mi vida tiene posibilidades. Y se me ha dicho que sí. Y la palabra libertad tiene sentido. Esto es lo que sentí entre las rocas, junto al mar. He meditado en mi manía de negar la vida, en ese pesimismo mezquino del que quiero salir. No hay duda: lo difícil es aceptar la vida. De allí mis aullidos, mis horribles defensas para execrarla. Pero es solo por comodidad.

En estas cartas se dibujan además lugares, momentos, situaciones, personas, objetos, recorridos, hábitos, paisajes y rituales de la vida cotidiana, de manera tal que los textos presentan un fuerte anclaje carnal, corpóreo: aquí hay «carnadura», hay un cuerpo doliente o gozoso, pero indefectiblemente presente, aún en las manifestaciones más elevadas del pensamiento abstracto.

Qué haré cuando me sumerja en mis mundos fantásticos y no pueda ascender. Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré, siquiera, que hay un «saber volver». Ni lo querré, acaso (Carta N.º 3).

Escribir es, en definitiva, el espejo —y los textos de Alejandra desbordan de espejos— en el que se encuentra un reflejo de la propia existencia.

«En medio de mi terror estaba el pequeño miedo a perder la intensidad de mi sufrimiento. Si mi angustia me deja, pensé, estoy perdida»

Pero me gustaría no enajenar mi tiempo en un trabajo prolongado —lo que probablemente tendré que hacer. Pero quiero mi tiempo para mí, para perderlo, para hacer lo de siempre: nada (Carta N.º 4).

: «Y me pregunto qué hacer con mis lecturas desordenadas, con mi imposibilidad de hacer tantas cosas que me propongo» (Carta N.º 9).

en verdad estoy sola pues ninguno me es imprescindible y hablo y saludo y realizo mi comedia social para no perder todo contacto humano. Pero tal vez es ya tarde para reanudar las relaciones simples y fáciles, el placer de conversar, de estrechar manos (Carta N.º 12).

El lenguaje me es ajeno. Esta es mi enfermedad. Una confusa y disimulada afasia. […] Todo tiene nombre pero el nombre no coincide con la cosa a la que me refiero. El lenguaje es un desafío para mí, un muro, algo que me expulsa, que me deja afuera (Diarios, 286).

Y ahora lo puedo decir: no podía sustraerme al goce estético que su lectura, su visión suscitaban en mí, y quedaba, en ocasiones, si no olvidada, postergada mi específica tarea profesional, como si yo hubiera entrado en el mundo mágico de Alejandra no para exorcizar sus fantasmas sino para compartirlos y sufrir y deleitarme con ellos, con ella. No estoy seguro de haberla siempre psicoanalizado; sé que siempre Alejandra me poetizaba a mí.