Esa cosa con plumas
que se posa en el alma,
que musita canciones sin palabras
y nunca, nunca deja de cantar —
Furiosa, muy furiosa, ha de rugir
la tormenta para desconcertar
a esa voz aún más dulce en la ventisca —
pajarillo que aliento a tantos da.
En la tierra más yerma y más helada,
en el mar más extraño, la he oído;
y nunca ni el más mínimo consuelo,
ni en la inclemencia extrema, me ha pedido.