Ana Mata Buil

A veces se inmiscuía un hombre y rompía la relación y, cuando sucedía eso, todas lo sentíamos mucho más.

Pero a nosotras nos protegía el embeleso mutuo, y nos entreteníamos en las calles gélidas, caminando con ritmo ágil, absortas, ajenas a todo salvo por los sobresaltos de alrededor

«Nunca podrás tener a un hombre. Nunca podrás tener a un hombre». Pues bien, yo no quería un hombre, Mara me amaba y ella valía más que mil hombres.

Por entonces estaba encantada de que lo físico, o eso pensaba yo, tuviera un peso tan reducido en la suma de nuestros sentimientos, y pensaba que continuaría siendo así; y, sin embargo, al mismo tiempo, ya sabía que era imposible

La mayor parte del tiempo estábamos en una nube. Nos parecía que lo que había ocurrido entre nosotras era tan distinto y nuevo… No nos cansábamos de maravillarnos, creíamos que nadie más se había sentido igual, excepto los poetas, y que habían escrito solo para nosotras

Pocas de las chicas eran así toda la vida. La mayor parte de nosotras lo dejábamos atrás en algún momento, nos casábamos en cuanto acabábamos de estudiar, teníamos hijos.

Tengo la sensación de pensar solo en mujeres, de estar en un mundo femenino, solo para mujeres. Tal vez sea la guerra. Debe de ser eso, sí. Tal vez sea la imaginación. No lo sé. Pero los hombres parecen como borrados del mapa… En realidad, no existen salvo cuando me paseo por Piccadilly, allí están hasta en la sopa. Pero creo que no me gustan los hombres

Tal vez cuando has amado a alguien y ese alguien también te ha amado, siempre queda algún tipo de telepatía, de modo que Rhoda era consciente de que no le había dicho la verdad, igual que yo era consciente de que ella lo sabía.

Daba la impresión de que estaríamos eternamente caminando, embelesadas, incansables, yendo y viniendo sin cesar, nuestros pasos al unísono en las frías calles nocturnas.

Solo cuando mi mente regresa a Londres me siento viva, en lugar de saber, como un mero dato, que vivo