El contacto del hombre lobo me sube desde las yemas de los dedos hasta la boca del estómago. Casi quiero sonreír; su mano, tan grande y firme estrujando la mía, tan pequeña y débil, me incita a entrelazar mis dedos con los suyos en un apretón repleto de todas las cosas que quisiera decirle…, de todo lo que él me hace sentir.
—Ya no hay mucho en mí que puedas rescatar, Tared. No pierdas a la gente que de verdad te queda. Por favor —le pido, desprendiendo mi mano de su agarre.
—Elisse… —su voz se escucha quebradiza, débil, muy distante a esa fuerza que siempre ha demostrado. Me duele tanto oírlo pronunciar mi nombre de esa manera.