El viento arrancó la cruz de palitos que pusimos cerca de la huerta en el lugar exacto donde lo enterramos. Ya no tenía dónde llorarlo así que lo lloraba siempre y por todas partes. De día, lo lloraba entre los tomates. Luego de las lluvias, en los charcos donde el sol caía a pique y, por las noches, en todos los sueños.