Bueno… todavía es joven.
–¡Tiene treinta años! ¡Treinta! No es más que un parado incapaz de hacerse cargo de sí mismo.
–¿Has… hablado con tu hijo sobre esto?
–No escucha una palabra de lo que digo. Se esconde. He intentado hablar con él muchas veces. No solo me ignora, sino que me evita. ¡Para él no soy más que una criada o la casera!
–E-escucha a tu hijo. Da la s-sensación de que… solo estás diciendo que tu hijo no te escucha, pero… parece que t-tú tampoco le escuchas a él.
–¿Cómo?
–A-ahora me estás escuchando, ¿no? Pues… escucha así también a tu hijo. ¿Por qué dejó el trabajo? ¿Por qué invirtió en acciones? ¿P-por qué hizo una película?
–¿Y eso de qué sirve ahora? ¡Hizo todo lo que quiso y fracasó! ¡Y ni siquiera me habla!
–Pero debió haber hablado contigo… al menos una vez, ¿no?
–Ay… eso fue hace tres años. Estallé cuando dijo que iba a dejar el trabajo. ¿Por qué marcharse de una gran empresa después de luchar tanto por entrar? ¿No es de locos?
–Entonces, ¿sabes por qué… lo dejó?
–Pues no.
–Pregúntale de nuevo. Por qué dejó… el trabajo. Q-qué pasó. T-tú, como su madre… deberías saberlo.