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Annick Cojean

  • maleñohas quoted15 hours ago
    n otra ocasión, una novia había reservado el salón para el día de su boda. Pagó un pequeño anticipo y luego canceló su cita. Cuando mamá se negó a devolverle el dinero, se puso como una fiera. Empezó a gritar, rompió todo lo que encontró a mano y llamó al clan Gadafi: sus representantes llegaron y saquearon el salón. Uno de mis hermanos vino a socorrernos y lo molieron a palos. Cuando intervino la policía, fue mi hermano quien terminó detenido y enviado a prisión. Los Gadafi hicieron todo lo posible para que permaneciera allí durante mucho tiempo: hubo que iniciar una larga negociación entre tribus para llegar a un acuerdo y lograr su perdón. Salió de la cárcel al cabo de seis meses, rapado y con el cuerpo cubierto de moretones. Lo habían torturado. Y, a pesar del acuerdo entre tribus, los Gadafi, que dirigían todas las instituciones de Sirte, incluyendo la municipalidad, se confabularon para imponer la clausura del salón durante un mes más. No cabía en mí de indignación.
  • maleñohas quoted15 hours ago
    Recuerdo que mamá y mis tías me decían: «Cuando tengas dieciocho años, te contaremos algunas cosas.» ¿Qué cosas? «La vida.» No tuvieron tiempo. Muamar el Gadafi se les adelantó. Destrozándome.
  • maleñohas quoted15 hours ago
    Todo fue muy rápido. Le entregué el ramo, y luego tomé su mano libre entre las mías y se la besé, inclinándome. Entonces sentí que apretaba de forma extraña la palma de mi mano. Luego me observó de arriba abajo con una mirada fría. Presionó mi hombro, posó su mano sobre mi cabeza y me acarició el cabello. Y allí terminó mi vida. Porque ese gesto, como supe más tarde, era una señal para sus guardaespaldas que significaba: «Ésta. La quiero.»
  • maleñohas quoted15 hours ago
    Todo fue muy rápido. Le entregué el ramo, y luego tomé su mano libre entre las mías y se la besé, inclinándome. Entonces sentí que apretaba de forma extraña la palma de mi mano. Luego me observó de arriba abajo con una mirada fría. Presionó mi hombro, posó su mano sobre mi cabeza y me acarició el cabello. Y allí terminó mi vida. Porque ese gesto, como supe más tarde, era una señal para sus guardaespaldas que significaba: «Ésta. La quiero.»
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