Entonces pienso que ojalá lo que fluye entre nosotros siga sin nombre, sin forma, sin ubicar en la historia ni ser «experimentado» siquiera en pasado y, por tanto, concluido; no quiero decirlo, ni siquiera me apetece intentar comprenderlo y así empezar a confundirlo con otra cosa y luego con otra, sombras tenues de ese sentimiento original, algo inaudiblemente delicado que no sobreviviría en el traslado al discurso hablado.