jo las sábanas. Como un fantasma, busqué entre mis cosas algún corrector de ojeras y ¡no había nada! Opté por hacer el ridículo de todas formas; me coloqué unos lentes de sol.
Con toda la personalidad que un McFly puede tener, bajé las escaleras y me dirigí a la cocina, donde mamá y los Frederick estaban ya sentados. Los dos puestos vacíos eran de papá y Felix, que todavía no habían llegado.